¡Por fin una mascota!

Desde hace mas de 10 años, le he estado rogando a mi madre que me dejará tener una mascota, especialmente un perro grande, como yo (mido 1.92 metros). En mi infancia, aproximadamente entre los 6 y los 12, tuve buenas experiencias con los perros, tanto aquí en Bogotá como en Medellín, mi segundo hogar, los perros me querían y yo los quería demasiado, era un sentimiento mutuo.

El 10 de mayo de este año, un amigo se fue a Alemania con su familia, querían ir a conocer la ciudad de sus sueños, me pidieron que les cuidara el perro por una semana, yo encantado y ansioso por cuidar a ese Labrador Chocolate, accedí. El perro se llama ‘Poncho’, pesa aproximadamente entre 50 y 65 kilos, es grande y gordo, justo como lo había dicho antes, igual que yo. El día que se iban a Alemania, me dejaron la comida del perro, la correa para sacarlo, una cama donde el siempre dormía que decía «Esta es mi cama», y por último me entregaron sus «Juguetes», que en si eran tapas de botellas plásticas, huesos de caucho, etc, prácticamente eran cosas que nosotros los humanos consideramos inútiles o basura. El problema de cuidar al perro, fue que no sabía en el Infierno en el que me estaba adentrando.

No tuve que pasar ni 3 días para darme cuenta que tener un perro en la casa era como tener un hermano menor, pero no un hermano menor de esos tranquilos y obedientes, sino de esos hermanitos irritantes que con tan sólo escucharlos hablar, te dan ganas de encerrarlos en tu cuarto hasta que llegue mamá. Ese perro fue un desastre, se devoró la sala a punta de mordiscos, se comió los zapatos favoritos de mi mamá, se hizo popo en mi cama y lo peor de todo, es que ese perro no dormía, solo quería jugar y jugar todas las noches,  y como les dije, parece un hermanito intenso e irritante que sufre de hiperactividad.

Después de ese tiempo cuidando a poncho, mi mamá y yo decidimos nunca jamas tener un perro, preferíamos quedarnos los 2 solos, que estar cuidando y regañando un perro, que mas que compañía, hacía el día a día un poco mas tedioso y aburrido por lo que nunca pasábamos un buen rato con él. Todo iba muy bien desde que decidimos no tener un perro, no debía sacar a nadie para que hiciera sus necesidades, no tenía que compartir la cama con nadie que fuera igual de grande y gordo que yo, todo estaba tranquilo, hasta que me ofrecieron otra mascota.

Nos estaban ofreciendo un gato, un gato de esos adultos que tienen un poco mas de un año, que a simple vista son juiciosos y hermosos, era de un color café atigrado y con unos ojos verdes que, a diferencia del perro, no se parecía nada a mi. Yo estaba entusiasmado con la opción de tener un gato, de hecho quería aventurarme en esto de cuidar una mascota diferente, el problema era que a mi mamá no le gustaban los gatos. Esa semana, lave la loza, trapeaba, barría, ¡y hasta cocinaba!, todo con el objetivo de que aceptara el gato, hasta que un día me vio achantado y me dijo «Si tu quieres tener ese gato, va a ser tu responsabilidad, lo vas a cuidar, le vas a comprar la arena, la comida, y yo me encargo de las vacunas y de la esterilización, ¿De acuerdo?» y por supuesto sin duda alguna acepté.

 

Éste es el nuevo integrante de la familia, es lindo, gordo, tierno, es consentido y no es agresivo. Éste es Noah, y llegó para quedarse.

PD: Ahora mi mamá idolatra los gatos, tanto así, que ya está pensando en adoptar un segundo gato.


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